Me regalaste el mar aquel verano, un viaje de sorpresa, algunos caracoles, una canción, un escenario para compartir.
Te regalé la risa ese verano, una nueva esperanza, algunos cuentos, otra canción, un cuerpo fresco para descubrir.
Y toda la ternura se me presentó un día una melena de sol y unos ojos de trigo maduro.
Una playa desierta testigo silencioso, una danza improvisada y unos ojos de cielo.
Corrieron la música, el tren, los besos, la casa que aguardaba incompleta y los primeros éxitos.
Nacieron las preguntas, las dudas y los sueños, un público excesivamente fervoroso, los lógicos mareos.
Me regalaste entonces esa gente fracasada, un silencio tajante, toda la luna, todo el sol de Buenos Aires.
Te entregué mis recuerdos uno a uno, mis crisis de mujer, mi miedo al desamparo, toda la atención y la paciencia para ayudarte a crecer.
Llegaron de a poquito los "te quiero" mezquinos, un velo para mis ojos, claritos, celestes como aquel mar.
Ni una palabra más esto ya está completo, tengo una casa y un piano brillantes, celestes como aquel mar y azules por las noches cuando uno se despide y se acuesta a soñar.