Era en una tarde de plenilunio, en la selva de Curuzú Cuatiá, yo paseaba triste con mi jangada, iba por la tierra arrastrándola, y ya muy adentro en la selva espesa, la bella indiecita yo descubrí, me acerqué prendado de su belleza y muy dulcemente le dije así:
¡Indieciiiita! cálida y fragante como una flor (como una flor) ¡Indieciiiita! bella y candorosa como una estrella dame tu amor (y a nosotros también) ¡Indieciiiita! fresca pura y joven, graciosa paloma, tierna y atractiva, cual flor de ceigo del Paraná (y del Uruguay) doncella desnuda que habitas la selva, tu cuerpo felino de peine y pantera golpea en la sabia de mi cora-zón, cuando siento tu canto de virgen morena, graciosa y deseable por que eres ¡Indieciiiita! (PIO PIO, PIO)
Me acerqué temblando por su hermosura, se acercó y de pronto me sonrió, me acerque mirándola con ternura (uy, uy, uy) y en aquel instante todo ocurrió, acurrió que:
Me fui caminado con mi jangada, me fui sin siquiera mirar patras.
- ¿Cómo te fuiste? - En la jangada - No, no la indiecita, ¿que paso? - Ah, la indiecita, usted quiere detalles - Si - Eh, bueno ella estaba allí ¿no?, en la selva, estaba desnuda, sensual, y se me despertó el indio - ¡JA JA JA JA! - No, no, no, no, no, no. Mire, me temo que no me haya entendido, se despertó el indio que estaba con ella