En el profundo silencio, en la inmensa oscuridad, un niño recién nacido llora con voz celestial, para anunciar a los vientos a las estrellas y al mar que viene a pagar la deuda contraída por Adán. Llora el niño y con su llanto pagando la deuda irá.
Tan desmesurada es ella, tan fuera de lo normal, que sólo un ser infinito la podría solventar; un ser como el ser que acaba de nacer en Navidad para devolver al mundo la vida y la libertad. Llora el niño y con su llanto la deuda pagando va.
Considerando el exceso de nuestra necesidad, Dios baja de su poder a nuestra debilidad, y con su llanto comienza la tarea de pagar por quienes no lo quisimos reconocer ni escuchar.
Llora el niño y con su llanto saldando la deuda está.
La sangre que por nosotros en Pascua derramará se anticipa en este llanto que oímos en Navidad: llanto que brota en el tiempo para que la humanidad merezca ser algún día feliz en la eternidad.