¿Por qué será, Dios del cielo, que no se resigna el alma cuando nos cambian la calma por olas de desconsuelo? Tal vez sea por orgullo del que recibe la afrenta, porque la pena es inmensa de ver desecho el capullo. Por no escuchar el arrullo les brota la indiferencia.
Se llora a lágrima ardiente la ausencia del ser querido, el corazón conmovido palpita ligeramente de verse tan de repente solito en su gran desvelo, como un barquito velero que pierde su capitán en brazos del huracán ¿por qué será, Dios del cielo?
Todos hablan del verano, todos de la primavera de la luna, de la estrella y del cielo arrebolado, como si el enamorado que pondera tanto azul tuviera en sí la virtud de la dicha eternamente, cuando sólo de repente se escucha el son del laúd.
La tristeza es un infierno que nos oprime a su antojo, como pájaro goloso muerde las flores brillantes. El alma es el gobernante que rige las estaciones, correspondido en amores el ser se convierte en sol y en negro el bello arrebol si el hombre está en aflicción.