Nadie puede darte una ternura, nadie, nadie, nunca más que yo porque estoy firmemente convencido ¡ay! que todo es “un cielo para los dos”. Gracias mi estrella, muchas gracias, por haberme dado tu querer tu querer tan grandioso y tan sublime ¡ay! que llevo en lo profundo de mi ser.
No hay un día ni una noche que me quede sin decirme qué feliz estoy viviendo con tu beso embriagador. Mi madrecita santa te idolatra, te bendice al saber que su hijo bueno encontró su verdadero amor.