En un sillón recostada, de espaldas a mí la veo, cuanta nieve hay en su pelo, viejo clima del dolor. Que pocas veces el sol dialogó con sus palabras, si la historia de esas canas, sin querer, la escribí yo.
Fue en esas horas lejanas, de aquella niñez del valle, que a sus sienes vi asomarse del primer pesar, la voz. Río de nacar y amor que extendió después sus aguas, si la historia de esas canas, sin querer, la escribí yo.
Mi juventud alocada, las sombras que hundí en mi vida a mi madre lucirían, a su piel que es la de Dios. Jamás le dieron la flor, de un momento de bonanza, así la historia de esas canas, sin querer, la escribí yo.
Y cuando quiso mi alma llenar de calor mis noches el amor mintió y entonces, en su pelo más nevó. ¿Cómo le pido perdón? Quién aprieta mi garganta, si la historia de esas canas, sin querer, la escribí yo.